Misiones imposibles

El domingo electoral en Misiones confirma una tendencia creciente en la política subnacional argentina en tiempos de Milei: el fortalecimiento del provincialismo frente al colapso de los partidos nacionales y la incertidumbre sobre el futuro de La Libertad Avanza a nivel local.

POLITICA10/06/2025
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El Frente Renovador de la Concordia volvió a imponerse, aunque en unas elecciones mucho más reñidas de lo previsto. Sacó una ventaja de siete puntos sobre la lista apoyada por el Gobierno nacional, que terminó segunda, y evidenció el éxito de la estrategia de fragmentar a los libertarios. La segunda lista (no oficial), el Partido Libertario local, obtuvo un llamativo 8,3% de los votos.

A nivel institucional, el dato saliente es que el oficialismo logra retener, con lo justo, el control de la Legislatura. Sin embargo, el desempeño de LLA debería obligar al jefe político de la provincia a replantear su estrategia nacional ante el riesgo concreto de perder poder por primera vez en quince años. Rovira consiguió mantener 6 de las 11 bancas que estaban en juego, dejando espacio para que los libertarios ganen terreno.

A diferencia de otros comicios locales, en Misiones los libertarios tienen condiciones para reemplazar al partido provincial como fuerza dominante. Los incentivos están dados para abandonar la actitud colaborativa y pasar a un enfrentamiento directo con el oficialismo, en un escenario que se polariza entre el Frente Renovador y LLA.

Entre las tendencias que deja esta nueva jornada electoral —y que alimentarán las proyecciones hacia octubre— vuelve a registrarse un aumento del ausentismo. Y, con los matices del caso, se reafirma la mayoría del oficialismo provincial, que a priori no tendría motivos para considerar equivocada su estrategia de negociación con el Gobierno nacional.

Los resultados de las últimas elecciones provinciales vienen repitiendo un patrón que mantendría la estructura del provincialismo unitario en la Argentina: un esquema donde las provincias conservan el poder suficiente para satisfacer sus intereses en el plano nacional, incluso con mayor independencia a medida que el sistema de partidos se provincializa. Esta dinámica se sostiene tanto por la persistencia del poder de los partidos locales en sus distritos como por la desarticulación creciente de las fuerzas políticas nacionales.

Sin embargo, esa estructura comienza a verse afectada por un gobierno nacional que ha logrado algo inédito en este ciclo democrático: crecer electoralmente en casi todas las provincias mientras, desde la capital, aplica políticas que afectan directamente los intereses materiales de sus ciudadanos. El mérito, si se lo puede llamar así, es discursivo: el oficialismo nacional ha logrado que el malestar social generado por el ajuste no se traduzca en castigo electoral para sus propios candidatos.

Lo que parecía una misión imposible —poner en riesgo los cimientos de partidos provinciales anclados al poder— puede estar siendo desarticulado por un gobierno que, paradójicamente, rehúye del debate local. Sin embargo, al imponer su relato desde la macroeconomía —especialmente a través de la baja de la inflación—, consigue proyectarse por encima de los gobiernos provinciales, que siguen apostando al dialogismo como única vía de supervivencia. 

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