
El triunfo inesperado de LLA allana el camino para que Milei desactive el "Plan Picapiedra" de tasas por las nubes y represión financiera.
El nuevo libro de Ezequiel Starobinsky invita a revisar creencias, reconocer patrones y entender el dinero como un aliado. Conceptos esenciales y ejemplos reales para tomar mejores decisiones económicas.
ECONOMIA03/11/2025
Nuestro vínculo con el dinero empieza mucho antes de aprender a sumar y restar. Nace en las historias que escuchamos de chicos, en los hábitos que seguimos sin pensar y en los sentimientos que nos impulsan o nos detienen. Entre miedos, costumbres, apuestas y riesgos, vamos armando un mapa interno que influye en cada elección.
¿Qué es el dinero para cada uno de nosotros?
¿Qué emociones nos atraviesan al momento de hacer algo con plata?
¿Conocemos herramientas financieras para generar ingresos y crear abundancia?
Fluí con el dinero propone un recorrido profundo y accesible por la relación que cada persona construye -consciente o no- con el dinero. Un lazo que, muchas veces, se sostiene más en bloqueos no resueltos que en conocimientos técnicos. Y puede transformarse. Con la experiencia de una carrera sólida en finanzas y una formación amplia en inteligencia emocional, Ezequiel Starobinsky integra ambos mundos en una guía clara, directa y precisa.
A través de conceptos esenciales, ejercicios prácticos y ejemplos reales, invita a revisar creencias, reconocer patrones y tomar mejores decisiones económicas.
Este libro abre un camino para alcanzar nuevos niveles de comprensión financiera para estar en paz con el dinero, entenderlo, valorarlo, usarlo con propósito y convertirlo en un aliado para una vida más libre, consciente y equilibrada.
Intención financiera a largo plazo y objetivos cuantitativos anuales
Después de haber recorrido el plano psicológico, llega el momento de avanzar sobre lo concreto. El primer paso en ese terreno es conectarte con lo que llamó tu "atención financiera a largo plazo".
Una intención es algo que uno pretende crear, "cierto estado de algo" (en este caso un "estado financiero") al que nos gustaría ir acercándonos, con diferentes alternativas y velocidades, pero en última instancia dispuestos a aceptar la velocidad y los caminos que la vida misma nos proponga. Una intención no es un deseo febril, un objetivo fijo e inamovible. Es más bien algo flexible. La sugerencia es que se trate de algo cualitativo, incluso si de finanzas hablamos.
Una intención financiera está anclada no en un número de dinero puntual que te gustaría alcanzar, sino más bien en conectarte con un sentimiento interior de generación de dinero suficiente en el que puedas apalancarte, en términos de libertad y de propósito. Recordemos la importancia de concebir al dinero como un vehículo de poder, de libertad; al servicio de uno o ciertos propósitos, y no como un fin en sí mismo.
La intención nos brinda a su vez la energía para entregarnos al cien por ciento al proceso de construir unas finanzas sólidas.
Un sencillo ejemplo de intención financiera a largo plazo podría ser:
"Me gustaría, en un período de cinco a diez años, ahorrar lo suficiente e invertirlo de tal manera como para comprar una casa propia, y a su vez generar una renta pasiva que sirva como complemento salarial. Entonces podría gozar de mayor libertad a la hora de seleccionar trabajos. Mi intención, es en, de 10 a 15 años, juntar lo suficiente como para poder trabajar solo cuatro horas por día y el resto del tiempo dedicarme a mis hobbies, al arte, al deporte, a meditar, al servicio, la docencia, o simplemente tener una vida más tranquila".

Uno podría incluso visualizarse en ese estado. Aunque me parece más interesante "estar conectado" con ese estado, lo que no implica necesariamente una visualización. Cuánto más logres estar conectado con tu intención financiera a largo plazo, mejor. Específicamente, si pudieras sentirte agradecido — "por adelantado"— de que ese estado que intencionás está en proceso de ocurrir, más probabilidades agregás a que efectivamente se materialice. Como una profecía autocumplida psicológica, o energética si se quiere. Acordate: parecido atrae parecido. Lo práctico, lo cuantitativo (que por cierto no es menos importante), viene a posteriori.
En la teoría empresarial, hay enfoques con correlato de este abordaje cualitativo‐cuantitativo. Se habla de tener primero una visión, una misión (ambas cualitativas) y recién luego se desprende la estrategia con vos, las tácticas con metas, los cursos de acción (cuantitativos). Esto es la espina dorsal de una buena planificación empresarial. Una vez que hayas conectado con (o creado, o pensado, o descubierto) tu intención financiera a largo plazo, la propuesta es empezar a "bajarla" a objetivos anuales, y luego a metas mensuales.
Los objetivos anuales están orientados siempre a la mejora de tu salud financiera. Es decir, son objetivos de ahorro (si no tenés deudas), u objetivos de desendeudamiento en el caso de que las tuvieras.
Los objetivos deberían estar en línea con tu intención, de hecho, deberían desprenderse de la intención. Si, por ejemplo, una persona quisiera dedicarse "full time" a actividades no lucrativas dentro de un período de diez años y a su vez partimos de un patrimonio bajo, ponerse un objetivo de ahorro de mil dólares anuales no sería consistente con tal intención. El ejemplo es naturalmente exagerado a efectos de dejar en claro el concepto.
Los objetivos tienden a ser cuantitativos, a diferencia de la intención. Cuando hablamos de objetivos financieros, en general se miden en dinero en moneda fuerte (dólares, por ejemplo). También pueden medirse en pesos en moneda local, ajustada por la expectativa de inflación.
Por ejemplo, si al día de hoy uno ahorra mensualmente US$ 200 en promedio, un objetivo anual de mínima sería ahorrar US$ 2.400 anuales. Aunque, mejoras presupuestarias mediante, mejores equilibrios laborales, mejores selvidades de clientes, mejores inversiones (y todo con una sólida intención de fondo, claro) deberían llevarte a un número mucho mayor.
Si quisiéramos hacer la misma medición en moneda local, uno debería ajustar por la inflación esperada lo que ahorra mensualmente, a la hora de proyectar un objetivo anual.
En la medida que nos vamos volviendo más avezados en el mundo financiero, los objetivos anuales de ahorro pueden complementarse con objetivos patrimoniales y objetivos de renta pasiva.

Existen diferentes modelos que te pueden ayudar a armar tus objetos. Por ejemplo, la técnica SMART, sugiere que estos deberían ser específicos (Specific), medible (Measurable), alcanzable (Achievable), relevante (Relevant), con un horizonte de tiempo definido (Time‐bound).
Esta técnica es ampliamente utilizada en gestión de proyectos, planificación personal y desarrollo profesional.
Si tuviera que recomendarte un par de características que deben tener sí o sí tus objetivos anuales financieros, te diría que sean desafiantes y a su vez alcanzables. Ponerte un objeto inalcanzable puede resultar muy desmotivador desde el vamos. Porque ante algo imposible por definición, algo que desde el comienzo sabemos que no vamos a poder cumplir, lo común es ni siquiera dar un paso. La mente se da por rendida incluso antes de un primer paso. Por otro lado, proponerse algo demasiado fácil tampoco termina siendo demasiado operativo para la vida. No hay desafío, no hay posibilidad de superación. Imaginate un maratonista profesional que se proponga correr solo dos kilómetros, ¿no tiene algo de ridículo? Los objetivos han de tener una pizca de incomodidad.
El consumo y el ahorro, esos eternos rivales
A la hora de planificar objetivos, es útil tener en cuenta que los logros de largo plazo y el placer de corto plazo están casi siempre en tensión, pues usualmente más de uno implica menos de lo otro. Nuestros objetivos financieros anuales (vinculados al ahorro a largo plazo) bien pueden estar en conflicto con otros planes de corto plazo.

Lo cierto es que altos objetivos de ahorro implican una combinación de alguno/s de los siguientes elementos: menor consumo (por ejemplo, vacaciones más baratas), trabajar más (menos tiempo libre), mejor selectividad de clientes y/o empleadores, mejores decisiones de inversión (como vender un auto que usamos poco e invertir la plata en bonos con buena renta).
Naturalmente, es esperable que muchas de las alternativas que alimentan objetivos exigentes de ahorro impliquen un esfuerzo que uno no esté necesariamente dispuesto a hacer. No hay nada de malo en una decisión u en la otra. Pero es importante ser consciente de que, si uno abona decisiones de mayor consumo —que mayoritariamente nos dan placer de corto plazo—, eso es inconsistente con un ahorro sustentable en el tiempo si los ingresos mensuales no alcanzan para ambas cosas.
La ponderación de la fórmula consumo/ahorro en las decisiones debería tener correlato con la edad que uno tiene, el patrimonio que uno tiene, los ingresos mensuales, etcétera. En la primera mitad de la vida, luce coherente ponderar el ahorro, y en cierto punto de la vida luce inteligente ponderar el consumo. Ocurre a menudo que las personas que tienen propensión al consumo tienen siempre propensión al consumo, y las personas con propensión al ahorro, lo mismo. No mucha gente consigue cambiar a conciencia, y según la conveniencia del momento, los patrones a consumir u ahorrar. Considerate afortunado si podés elegir, a criterio, cuándo ponderar uno sobre lo otro.
Hay un matiz más sutil, más profundo sobre esta temática, como para dejar una pregunta abierta: ¿cuáles consumos nos dan verdadera felicidad? Es interesante ponerle un ojo a esta cuestión. Como veíamos antes, hay ciertos perfiles de personas que buscan en el consumo superficial una alegría que de fondo nunca encontrarán. Hay varios estudios que demuestran que las compras compulsivas liberan dopamina, un neurotransmisor que genera placer de cortísimo plazo, pero al momento en que el efecto "baja" precisamos un nuevo consumo (el uso abusivo de redes sociales tiene una dinámica algo parecida).
Hace mucho tiempo, en mi círculo profesional, tenía un colega que medía el disfrute que le implicaban ciertos planes, o compras, contra su costo en dinero. Me solía contar que discutía con la esposa, que siempre se quería ir de viaje a Europa. Él le decía que un viaje a París le iba a costar diez veces lo que un viaje a Tandil o las sierras de Córdoba; pero de ninguna manera lo iba a disfrutar diez veces más. Que en términos de disfrute/costo un viaje así era un pésimo negocio. Y él me decía que trabajaba de trader y que, por ende, no hacía malos negocios.
Si bien en ese momento yo consideraba su visión como algo exagerada —e incluso lo criticaba—, el paso del tiempo le dio la razón a mi amigo. Teníamos unos 30 años por entonces y él me repetía que quería jubilarse a los 45. Mi colega pensaba en términos de intención financiera a largo plazo, tenía objetivos anuales y el sobrante lo invertía a bien. No es que no disfrutaba en el camino, se tomaba vacaciones razonables, tenía un buen work‐life balance. Lo cierto es que hoy han pasado unos 15 o 16 años de ese momento y definitivamente mi amigo podría dejar de trabajar si quisiera, y vivir de rentas. Hace unos meses me encontré con él, y me comentó que el dinero que se ahorró por los tres viajes que no hizo a Europa entre sus 20 y 30 años, hoy (unos veinte años más tarde) equivalía a unos 15 viajes iguales (considerando desde ya el ajuste del precio del viaje por la inflación mundial, en dólares).
Luego en casa, solo, cotejé las cuentas porque me pareció que mi amigo exageraba, por vanidoso. Pero no. Era cierto lo que decía. Suponiendo que se había ahorrado unos 60 mil dólares entre sus 20 y 30 años (por los viajes que no hizo), hoy ese dinero —invertido inteligentemente, con riesgo medio, la sana costumbre de reinvertir las ganancias y mucha paciencia— equivalía a la friolera de casi 500 mil dólares.
Una cartera de inversión, que es un conjunto de diferentes pos de inversiones, equilibrada, compuesta con distintas proporciones de índices bursátiles americanos, acciones argentinas, algún bono provincial de buena calidad relativa, una propiedad pequeña comprada de pozo, y algo de índice de oro multiplicó, en promedio, unas 7 u 8 veces su valor los últimos 15 o 20 años (en dólares, claro).
Por su parte, la inflación mundial los últimos 20 años fue aproximadamente un 60%. Es decir, un viaje familiar a Europa de US$ 20.000 hoy costaría unos US$ 32.000. Por lo que si calculamos el dinero resultante de las inversiones descontado por la inflación de los últimos 20 años (8 dividido 1.6) da 5 veces más en "términos reales". Nominalmente la "cartera equilibrada" había multiplicada por 8, pero limpiando el efecto licuatorio de la inflación del período, el poder adquisitivo de los dólares había multiplicado por 5. Los tres viajes que no hizo hace veinte años, equivalían efectivamente a aproximadamente 15 viajes hoy.
Como ves, el ahorro a largo plazo y el placer del consumo a corto plazo se llevan mal. Muy mal (...).

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