Verónica Rappoport: "Hoy existe una desconfianza en la capacidad del dólar como reserva de valor sin riesgo"

En diálogo con El Economista, Verónica Rappoport responde sobre los temas que a Argentina, como a cualquier país, le importan hoy: el escenario del dólar, las transformaciones del orden mundial comercial, la dinámica entre los bancos grandes y los de escala más boutique, y propone un abordaje singular sobre la relación entre el Reino Unido y la Unión Europea.

ECONOMIA18/07/2025
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¿Querés que demos una vuelta por el parque o preferís recorrer la universidad? 

Es la pregunta de la profesora Verónica Rappoport, quien recibe a El Economista en la entrada del edificio Marshall de la London School of Economics (LSE). "Es bien brutalista. Usaron cemento a la vista y lo combinaron con madera para hacerlo más contemporáneo". A Rappoport le interesa la arquitectura y es detallista en las apreciaciones de los edificios, en la mirada sobre las estructuras.

Rappoport llegó a la LSE en 2012 desde Columbia University, en Nueva York, donde había estado desde 2005. En la actualidad, forma parte del Departamento de Management, una estructura híbrida, según explica: "Somos tres departamentos que conformarían lo que en otras universidades sería una Business School: Management, Accounting y Finance". 

Mientras avanzamos, describe con entusiasmo la vida académica y las particularidades arquitectónicas de lo que corresponde al Centre Building, parte del encanto histórico del campus. A diferencia del primer edificio brutalista, el Marshall, donde todo estaba escondido y para entrar a las aulas había que acercarse a una puerta precedida por un pasillo, en el Centre todo está abierto: se ve en profundidad, incluso las oficinas de los profesores. Señala que muchos colegas prefieren oficinas cerradas, aunque ella disfruta de la flexibilidad del diseño abierto.

Al salir del Centre Building, caminamos hacia el Lincoln's Inn Fields, un parque frondoso que rodea a la universidad. Rappoport aclara que no debe confundirse con el Lincoln's Inn a secas, que está justo al lado y comparte su historia: una especie de pequeño poblado amurallado en donde ahora hay colegios de abogados y donde se hallan las tumbas templarias. Algunas referencias formales de ese espacio incluso fueron retomadas en el Marshal Building de la LSE donde trabaja. Esa conexión entre pasado templario y presente académico se vuelve tangible en detalles arquitectónicos que remiten a una historia intensa: incluso las tumbas del siglo XIII todavía marcan presencia.

Al avanzar en este recorrido, Rappoport comparte su trayectoria académica, que empezó en Argentina. Ingresó en la Universidad de Buenos Aires en 1991, después de cursar en el Colegio Nacional Buenos Aires. Describe su paso por la UBA con afecto, pero sin dejar de ser crítica: "La UBA es todo. Ahí me formé, hice amigos. Pero era bastante caótica. Creo que me recibí del doctorado del MIT antes de tener siquiera el diploma de la universidad".

Durante esos años en la UBA conoció al economista Guido Sandleris, con quien luego trabajaría en el Banco Central. "Cuando compartíamos clase debatíamos apasionadamente todo el día, pero con buena onda", recuerda. "Considero que por eso Guido quiso que yo me sumara al Banco Central: confiaba en mi criterio y sabía que iba a ser honesta con mis opiniones".

Tras su paso por la UBA, realizó una maestría en la Universidad Torcuato Di Tella. En el año 2000, aceptada por el MIT para hacer el doctorado en Economía, viajó a Massachusetts, Estados Unidos. Fue un período transformador: "Estaba alucinada con el nivel de profundidad de los profesores. Aunque lo que más me marcó fueron los compañeros". Allí conoció a su marido, también economista, con quien comparten la vida desde entonces y el gusto por el helado argentino.  

Después del doctorado, vino Columbia, en Nueva York, una experiencia inicialmente desafiante: "Dar clases en una Business School no es sencillo, sobre todo saliendo del doctorado, y más aún si sos mujer". 

Los recuerdos de la trayectoria académica de Rappoport se alternan con sus apreciaciones sobre la singularidad arquitectónica de la LSE. Casi como en la tradición griega socrática, la conversación con El Economista transcurre en una caminata compartida. Al llegar a Waterloo Bridge, se aprecia una vista emblemática: la cúpula de St Paul's Cathedral, el Shard, el National Theatre. "Quería compartir esta hermosa vista. Aún en un día nublado y ventoso, pero con una temperatura amable", dice Rappoport, mirando hacia el horizonte londinense.

Sobre su desempeño en el Banco Central [2018-2019], destaca que valoró especialmente la institucionalidad que heredó del equipo de Federico Sturzenegger: "Considero que hicieron un enorme aporte con el equipo humano de empleados. Nosotros nos sumamos a un Banco Central que ya funcionaba con un equipo profesional excelente. Ellos tuvieron que reconstruir la institución".

Desde su regreso a Londres, tras su trabajo en la gestión pública, la vida académica en la LSE sigue siendo el motor intelectual de su mirada sobre los desafíos económicos. La vida académica potencia el perfil de Rappoport. Técnico, preciso, estudioso. Ni siquiera teme a la clásica definición de "nerd". Los datos, las investigaciones, los análisis, la práctica, el know how es lo que caracteriza la perspectiva de Rappoport sobre la tarea de los economistas. Su interés es la aplicación directa, los problemas del mundo real. 

Mientras caminamos lentamente hacia Somerset House, donde en agosto se abren chorros de agua para los chicos y en invierno se arma una pista de patinaje sobre hielo, queda claro que, pese a los años no viviendo en Argentina, Rappoport mantiene una mirada imaginativa y reflexiva tanto sobre el país como sobre el mundo que la rodea. El personaje favorito de Rappoport, que supo tener como foto de perfil en las redes sociales, es la Miss Marple de Agatha Christie —la de los libros y, sobre todo, la que interpretó Joan Hickson en la BBC—. Quien es capaz de observar con atención serena desde los márgenes, sacando "generalidades de lo cotidiano", consciente de que, muchas veces, es desde esos lugares periféricos donde mejor se entiende el mundo. Rappoport encarna lo mejor de este personaje. En un tiempo de recetas fáciles, de verdades gritadas, de modas a la hora, Rappoport apuesta por ser tan incisiva y sagaz con ella misma como con los demás y ese diferencial tanto en la vida como en la profesión la distingue. 

En diálogo con El Economista, Verónica Rappoport responde sobre los temas que a Argentina, como a cualquier país, le importan hoy: el escenario del dólar, las transformaciones del orden mundial comercial, la dinámica entre los bancos grandes y los de escala más boutique, y propone un abordaje singular sobre la relación entre el Reino Unido y la Unión Europea. 

—En una entrevista realizada por Ezequiel Burgo para Clarín en 2017, aseguraste que la "estrategia de apertura debe ser cuidadosa" y que la de los noventa fue "muy dramática". Promovías una apertura lenta, con previsibilidad, políticas industriales y sensibilidad regional. Desde hoy, ¿cómo mirás estas definiciones?


—Argentina sigue siendo muy cerrada. Tiene que abrirse más, sin dudas. Pero cuando hay una economía tan inestable —el problema con el tipo de cambio, los vaivenes— es muy difícil para una empresa invertir tiempo, recursos y esfuerzos en mercados internacionales si no se tiene una macro ordenada. El entorno es demasiado cambiante.

Sigo esperando que Argentina se abra. Que pueda importar, que pueda exportar. Porque para exportar más un país tiene que importar más. Esa tensión que se plantea entre exportar e importar no existe. Exportar requiere importar. 

El desarrollo profesional, el crecimiento de una empresa, la inversión personal. Todo se vuelve cuesta arriba cuando no hay previsibilidad y estabilidad. Si alguien quiere ahorrar o se quiere formar, ¿qué previsibilidad tiene? ¿Con qué horizonte? Es muy complicado.

Estamos todos volviéndonos un poco economistas para tratar de hacer rendir el dinero. 

—Y eso conlleva un gran desgaste económico. Un desgaste de recursos y talento en todos los sentidos.

—En esa misma línea, advertías que los movimientos pendulares en la política económica argentina habían sido perjudiciales y que abrir de golpe podía ser riesgoso. Hoy el país atraviesa un nuevo cambio económico. ¿Cómo lo evaluás?

Honestamente, no creí que íbamos a llegar hasta acá sin una crisis mayor. Yo era muy pesimista y, por suerte, me sorprendió la evolución de la economía en estos dos años. Me parece muy valioso el énfasis en el equilibrio fiscal. Ha sido el talón de Aquiles de la Argentina y la fuente principal de inestabilidad. En ese sentido, está muy bien. 

Y no voy a ser original en decir que hay un problema con la rigidez de la política monetaria y cambiaria, como se viene señalando. Está demasiado rígida. Insisto, es muy rescatable el esfuerzo fiscal. Sólo esperaría que se complemente con una mayor flexibilidad monetaria.

—¿Y cómo evaluás la estrategia del gobierno para integrarse al mundo? ¿Qué lugar podría ocupar Argentina en la economía global?

En este momento hay mucha incertidumbre respecto del orden mundial del comercio. Y eso me resulta desolador. Era —y soy— muy romántica con la idea de un orden multilateral, integrado y previsible.

Y no veo que haya una estrategia de inserción internacional. O no la conozco. Entiendo que es un momento difícil, que la prioridad sea afianzar la estabilidad macro. Y que el contexto global también es complejo. Pero aun así, no parece haber un plan claro de apertura. Todavía hay sectores con cepo. Y para las empresas, sobre todo las que participan en comercio internacional o para la inversión extranjera directa, eso es un problema.

Pero quiero ser prudente y humilde a la hora de criticar. Todos los intentos anteriores fallaron. Y una de las cosas que me dejó haber pasado por el sector público es una cierta empatía por quienes están en ese rol, un entendimiento de lo difícil que es hacer política económica en Argentina. Pensar en cómo reinsertar a Argentina en el mundo, cuando nuestro país se mueve de manera pendular, es dificilísimo. Porque imaginar un camino de largo plazo implica una cierta continuidad, y eso es justo lo que no hay. 

¿Cuáles fueron tus aprendizajes de tu labor en el Banco Central?

Aprendí mucho sobre cuán importantes son los detalles institucionales y estructurales de nuestro mercado financiero. Argentina es un mercado muy chico. Y en economía uno está entrenado para pensar en condiciones de arbitraje: cómo los incentivos empujan a que esas oportunidades se corrijan. Pero cuando la liquidez desaparece, las condiciones de arbitraje cambian de forma. Y eso genera lo que llamamos kinks: discontinuidades. Lugares donde, en vez de que los cambios sean graduales, hay un switch, un salto abrupto. Hay que conocer los límites de esas zonas y tratar de evitarlas.

¿Como describirías la política del Banco Central durante la gestión de la que fuiste parte?

Era un año electoral. Había dos propuestas políticas totalmente dicotómicas en juego. Proyectos de país que eran opuestos en relación al pago de la deuda, restricciones a los mercados financieros y libertad económica. 

Mucho de nuestro trabajo fue lidiar con la volatilidad que eso implicaba. Evitar que tenga consecuencias irreversibles que condicionen el proyecto de quien sea que ganara las elecciones.  

Después, el resultado electoral significó un cambio de proyecto de país. Y eso es legítimo. Una vez pasados los comicios, no se trató más de un fenómeno de incertidumbre asociado a un posible resultado electoral. La definición en las urnas anunció un rumbo de política económica. Y eso implica otros valores para los activos financieros argentinos, incluyendo su moneda. En ese contexto el Banco Central no debe usar recursos para evitar que eso suceda. 

¿Cómo analizás la tendencia global del dólar? ¿Estamos ante una reconfiguración de su poder como moneda dominante, o los intentos de diversificación —euro, yuan, monedas digitales— siguen siendo marginales?

—El dólar sigue siendo la moneda dominante. No ha sido reemplazado por ninguna otra. Sin embargo, hoy hay desconfianza en su capacidad como reserva de valor sin riesgo, cosa que antes no existía.

La "santidad" del dólar ya no está. Por primera vez, aparece la idea de un "riesgo país" también para el dólar.


Eso no quiere decir que haya un reemplazo inmediato. Yo no veo que exista aún. Pero hay cosas que están pasando.

Por ejemplo, lo mismo que Argentina tiene un swap con China, otros países también lo tienen. Y esas líneas se usan para el comercio bilateral: pagos de importaciones y exportaciones sin pasar por el sistema SWIFT, ni por el dólar.

Esa forma de comerciar ya existe, aunque sigue siendo marginal. La guerra con Rusia también colaboró a que parte del comercio internacional se cancele por fuera del sistema SWIFT. Pero se trata de formas alternativas usadas en flujos bilaterales específicos. Un ejemplo es el comercio bilateral entre Turquía y Rusia. Turquía no participa de las sanciones y canaliza mucho comercio internacional con Rusia. En esas transacciones se usa mucho la lira turca. Pero esa moneda de intercambio no se usa fuera de esa relación internacional. No hay todavía una alternativa global que reemplace al dólar en el comercio internacional ni al sistema financiero que conocemos. 

—Volvió Trump, subieron los aranceles, y la relación entre China y Estados Unidos nuevamente es tensa. ¿Quién está dispuesto a ceder en este escenario? 

En una guerra comercial todo el mundo pierde. Lo mismo con la volatilidad. Aún no sabemos hasta qué nivel llegarán las tarifas, aunque es probable que terminen bastante más altas de lo que están ahora. Incluso un 10 % ya es mucho, comparado con estándares anteriores. Igualmente, muchas de las tarifas que Trump ha anunciado después no se terminan implementando. Por ejemplo, las que ha anunciado recientemente contra Europa casi no movieron al sector financiero. A diferencia de lo que pasaba antes. Eso sugiere que ya muchos internalizan que es bluff, y que después se negocia algo más razonable.

Entonces puede que el anuncio inicial se rectifique, sí, pero lo más grave ya ha ocurrido: la forma en que se procede, el modo en que se toman las decisiones, ya ha cambiado. Ya no hay vuelta atrás de eso. La institucionalidad que sostenía el comercio internacional —las reglas de juego, la previsibilidad— se quebró. Ese daño ya está hecho.

Ese estilo de que un dirigente político haga anuncios por Twitter o X, porque se le da la gana, porque hoy se puede decir una cosa y mañana la contrario, eso no tiene retorno.


—¿Querés que demos una vuelta por el parque o preferís recorrer la universidad? 

Es la pregunta de la profesora Verónica Rappoport, quien recibe a El Economista en la entrada del edificio Marshall de la London School of Economics (LSE). "Es bien brutalista. Usaron cemento a la vista y lo combinaron con madera para hacerlo más contemporáneo". A Rappoport le interesa la arquitectura y es detallista en las apreciaciones de los edificios, en la mirada sobre las estructuras.

Rappoport llegó a la LSE en 2012 desde Columbia University, en Nueva York, donde había estado desde 2005. En la actualidad, forma parte del Departamento de Management, una estructura híbrida, según explica: "Somos tres departamentos que conformarían lo que en otras universidades sería una Business School: Management, Accounting y Finance". 

 
Mientras avanzamos, describe con entusiasmo la vida académica y las particularidades arquitectónicas de lo que corresponde al Centre Building, parte del encanto histórico del campus. A diferencia del primer edificio brutalista, el Marshall, donde todo estaba escondido y para entrar a las aulas había que acercarse a una puerta precedida por un pasillo, en el Centre todo está abierto: se ve en profundidad, incluso las oficinas de los profesores. Señala que muchos colegas prefieren oficinas cerradas, aunque ella disfruta de la flexibilidad del diseño abierto.

 

 Fachada del edificio Marshall de la London School of Economics (LSE), donde enseña la economista Verónica Rappoport.
 

 Vista del Centre Building de la London School of Economics (LSE), un ícono de transparencia y apertura en el corazón del campus.
 
Al salir del Centre Building, caminamos hacia el Lincoln's Inn Fields, un parque frondoso que rodea a la universidad. Rappoport aclara que no debe confundirse con el Lincoln's Inn a secas, que está justo al lado y comparte su historia: una especie de pequeño poblado amurallado en donde ahora hay colegios de abogados y donde se hallan las tumbas templarias. Algunas referencias formales de ese espacio incluso fueron retomadas en el Marshal Building de la LSE donde trabaja. Esa conexión entre pasado templario y presente académico se vuelve tangible en detalles arquitectónicos que remiten a una historia intensa: incluso las tumbas del siglo XIII todavía marcan presencia.

Al avanzar en este recorrido, Rappoport comparte su trayectoria académica, que empezó en Argentina. Ingresó en la Universidad de Buenos Aires en 1991, después de cursar en el Colegio Nacional Buenos Aires. Describe su paso por la UBA con afecto, pero sin dejar de ser crítica: "La UBA es todo. Ahí me formé, hice amigos. Pero era bastante caótica. Creo que me recibí del doctorado del MIT antes de tener siquiera el diploma de la universidad".

Durante esos años en la UBA conoció al economista Guido Sandleris, con quien luego trabajaría en el Banco Central. "Cuando compartíamos clase debatíamos apasionadamente todo el día, pero con buena onda", recuerda. "Considero que por eso Guido quiso que yo me sumara al Banco Central: confiaba en mi criterio y sabía que iba a ser honesta con mis opiniones".

 
Tras su paso por la UBA, realizó una maestría en la Universidad Torcuato Di Tella. En el año 2000, aceptada por el MIT para hacer el doctorado en Economía, viajó a Massachusetts, Estados Unidos. Fue un período transformador: "Estaba alucinada con el nivel de profundidad de los profesores. Aunque lo que más me marcó fueron los compañeros". Allí conoció a su marido, también economista, con quien comparten la vida desde entonces y el gusto por el helado argentino.  

Después del doctorado, vino Columbia, en Nueva York, una experiencia inicialmente desafiante: "Dar clases en una Business School no es sencillo, sobre todo saliendo del doctorado, y más aún si sos mujer". 

Los recuerdos de la trayectoria académica de Rappoport se alternan con sus apreciaciones sobre la singularidad arquitectónica de la LSE. Casi como en la tradición griega socrática, la conversación con El Economista transcurre en una caminata compartida. Al llegar a Waterloo Bridge, se aprecia una vista emblemática: la cúpula de St Paul's Cathedral, el Shard, el National Theatre. "Quería compartir esta hermosa vista. Aún en un día nublado y ventoso, pero con una temperatura amable", dice Rappoport, mirando hacia el horizonte londinense.

 
Sobre su desempeño en el Banco Central [2018-2019], destaca que valoró especialmente la institucionalidad que heredó del equipo de Federico Sturzenegger: "Considero que hicieron un enorme aporte con el equipo humano de empleados. Nosotros nos sumamos a un Banco Central que ya funcionaba con un equipo profesional excelente. Ellos tuvieron que reconstruir la institución".

Desde su regreso a Londres, tras su trabajo en la gestión pública, la vida académica en la LSE sigue siendo el motor intelectual de su mirada sobre los desafíos económicos. La vida académica potencia el perfil de Rappoport. Técnico, preciso, estudioso. Ni siquiera teme a la clásica definición de "nerd". Los datos, las investigaciones, los análisis, la práctica, el know how es lo que caracteriza la perspectiva de Rappoport sobre la tarea de los economistas. Su interés es la aplicación directa, los problemas del mundo real. 

Mientras caminamos lentamente hacia Somerset House, donde en agosto se abren chorros de agua para los chicos y en invierno se arma una pista de patinaje sobre hielo, queda claro que, pese a los años no viviendo en Argentina, Rappoport mantiene una mirada imaginativa y reflexiva tanto sobre el país como sobre el mundo que la rodea. El personaje favorito de Rappoport, que supo tener como foto de perfil en las redes sociales, es la Miss Marple de Agatha Christie —la de los libros y, sobre todo, la que interpretó Joan Hickson en la BBC—. Quien es capaz de observar con atención serena desde los márgenes, sacando "generalidades de lo cotidiano", consciente de que, muchas veces, es desde esos lugares periféricos donde mejor se entiende el mundo. Rappoport encarna lo mejor de este personaje. En un tiempo de recetas fáciles, de verdades gritadas, de modas a la hora, Rappoport apuesta por ser tan incisiva y sagaz con ella misma como con los demás y ese diferencial tanto en la vida como en la profesión la distingue. 

 
En diálogo con El Economista, Verónica Rappoport responde sobre los temas que a Argentina, como a cualquier país, le importan hoy: el escenario del dólar, las transformaciones del orden mundial comercial, la dinámica entre los bancos grandes y los de escala más boutique, y propone un abordaje singular sobre la relación entre el Reino Unido y la Unión Europea. 

 

 Verónica Rappoport en Somerset House, edificio vecino a la LSE y punto habitual de paso para estudiantes y profesores.
—En una entrevista realizada por Ezequiel Burgo para Clarín en 2017, aseguraste que la "estrategia de apertura debe ser cuidadosa" y que la de los noventa fue "muy dramática". Promovías una apertura lenta, con previsibilidad, políticas industriales y sensibilidad regional. Desde hoy, ¿cómo mirás estas definiciones?


—Argentina sigue siendo muy cerrada. Tiene que abrirse más, sin dudas. Pero cuando hay una economía tan inestable —el problema con el tipo de cambio, los vaivenes— es muy difícil para una empresa invertir tiempo, recursos y esfuerzos en mercados internacionales si no se tiene una macro ordenada. El entorno es demasiado cambiante.

Sigo esperando que Argentina se abra. Que pueda importar, que pueda exportar. Porque para exportar más un país tiene que importar más. Esa tensión que se plantea entre exportar e importar no existe. Exportar requiere importar. 

El desarrollo profesional, el crecimiento de una empresa, la inversión personal. Todo se vuelve cuesta arriba cuando no hay previsibilidad y estabilidad. Si alguien quiere ahorrar o se quiere formar, ¿qué previsibilidad tiene? ¿Con qué horizonte? Es muy complicado.

 
—Estamos todos volviéndonos un poco economistas para tratar de hacer rendir el dinero. 

—Y eso conlleva un gran desgaste económico. Un desgaste de recursos y talento en todos los sentidos.

—En esa misma línea, advertías que los movimientos pendulares en la política económica argentina habían sido perjudiciales y que abrir de golpe podía ser riesgoso. Hoy el país atraviesa un nuevo cambio económico. ¿Cómo lo evaluás?


—Honestamente, no creí que íbamos a llegar hasta acá sin una crisis mayor. Yo era muy pesimista y, por suerte, me sorprendió la evolución de la economía en estos dos años. Me parece muy valioso el énfasis en el equilibrio fiscal. Ha sido el talón de Aquiles de la Argentina y la fuente principal de inestabilidad. En ese sentido, está muy bien. 

Y no voy a ser original en decir que hay un problema con la rigidez de la política monetaria y cambiaria, como se viene señalando. Está demasiado rígida. Insisto, es muy rescatable el esfuerzo fiscal. Sólo esperaría que se complemente con una mayor flexibilidad monetaria.

—¿Y cómo evaluás la estrategia del gobierno para integrarse al mundo? ¿Qué lugar podría ocupar Argentina en la economía global?


—En este momento hay mucha incertidumbre respecto del orden mundial del comercio. Y eso me resulta desolador. Era —y soy— muy romántica con la idea de un orden multilateral, integrado y previsible.

Y no veo que haya una estrategia de inserción internacional. O no la conozco. Entiendo que es un momento difícil, que la prioridad sea afianzar la estabilidad macro. Y que el contexto global también es complejo. Pero aun así, no parece haber un plan claro de apertura. Todavía hay sectores con cepo. Y para las empresas, sobre todo las que participan en comercio internacional o para la inversión extranjera directa, eso es un problema.

Pero quiero ser prudente y humilde a la hora de criticar. Todos los intentos anteriores fallaron. Y una de las cosas que me dejó haber pasado por el sector público es una cierta empatía por quienes están en ese rol, un entendimiento de lo difícil que es hacer política económica en Argentina. Pensar en cómo reinsertar a Argentina en el mundo, cuando nuestro país se mueve de manera pendular, es dificilísimo. Porque imaginar un camino de largo plazo implica una cierta continuidad, y eso es justo lo que no hay. 


—¿Cuáles fueron tus aprendizajes de tu labor en el Banco Central?

Aprendí mucho sobre cuán importantes son los detalles institucionales y estructurales de nuestro mercado financiero. Argentina es un mercado muy chico. Y en economía uno está entrenado para pensar en condiciones de arbitraje: cómo los incentivos empujan a que esas oportunidades se corrijan. Pero cuando la liquidez desaparece, las condiciones de arbitraje cambian de forma. Y eso genera lo que llamamos kinks: discontinuidades. Lugares donde, en vez de que los cambios sean graduales, hay un switch, un salto abrupto. Hay que conocer los límites de esas zonas y tratar de evitarlas.


—¿Como describirías la política del Banco Central durante la gestión de la que fuiste parte?

Era un año electoral. Había dos propuestas políticas totalmente dicotómicas en juego. Proyectos de país que eran opuestos en relación al pago de la deuda, restricciones a los mercados financieros y libertad económica. 


Mucho de nuestro trabajo fue lidiar con la volatilidad que eso implicaba. Evitar que tenga consecuencias irreversibles que condicionen el proyecto de quien sea que ganara las elecciones.  

Después, el resultado electoral significó un cambio de proyecto de país. Y eso es legítimo. Una vez pasados los comicios, no se trató más de un fenómeno de incertidumbre asociado a un posible resultado electoral. La definición en las urnas anunció un rumbo de política económica. Y eso implica otros valores para los activos financieros argentinos, incluyendo su moneda. En ese contexto el Banco Central no debe usar recursos para evitar que eso suceda. 

 

 Verónica Rappoport junto a Guido Sandleris y Gustavo Cañonero durante su paso por el Banco Central. "Mucho de nuestro trabajo fue lidiar con la volatilidad de un año electoral", recuerda Rappoport. 

—¿Cómo analizás la tendencia global del dólar? ¿Estamos ante una reconfiguración de su poder como moneda dominante, o los intentos de diversificación —euro, yuan, monedas digitales— siguen siendo marginales?

—El dólar sigue siendo la moneda dominante. No ha sido reemplazado por ninguna otra. Sin embargo, hoy hay desconfianza en su capacidad como reserva de valor sin riesgo, cosa que antes no existía.

La "santidad" del dólar ya no está. Por primera vez, aparece la idea de un "riesgo país" también para el dólar.


Eso no quiere decir que haya un reemplazo inmediato. Yo no veo que exista aún. Pero hay cosas que están pasando.

Por ejemplo, lo mismo que Argentina tiene un swap con China, otros países también lo tienen. Y esas líneas se usan para el comercio bilateral: pagos de importaciones y exportaciones sin pasar por el sistema SWIFT, ni por el dólar.


Esa forma de comerciar ya existe, aunque sigue siendo marginal. La guerra con Rusia también colaboró a que parte del comercio internacional se cancele por fuera del sistema SWIFT. Pero se trata de formas alternativas usadas en flujos bilaterales específicos. Un ejemplo es el comercio bilateral entre Turquía y Rusia. Turquía no participa de las sanciones y canaliza mucho comercio internacional con Rusia. En esas transacciones se usa mucho la lira turca. Pero esa moneda de intercambio no se usa fuera de esa relación internacional. No hay todavía una alternativa global que reemplace al dólar en el comercio internacional ni al sistema financiero que conocemos. 

—Volvió Trump, subieron los aranceles, y la relación entre China y Estados Unidos nuevamente es tensa. ¿Quién está dispuesto a ceder en este escenario? 


—En una guerra comercial todo el mundo pierde. Lo mismo con la volatilidad. Aún no sabemos hasta qué nivel llegarán las tarifas, aunque es probable que terminen bastante más altas de lo que están ahora. Incluso un 10 % ya es mucho, comparado con estándares anteriores. Igualmente, muchas de las tarifas que Trump ha anunciado después no se terminan implementando. Por ejemplo, las que ha anunciado recientemente contra Europa casi no movieron al sector financiero. A diferencia de lo que pasaba antes. Eso sugiere que ya muchos internalizan que es bluff, y que después se negocia algo más razonable.

Entonces puede que el anuncio inicial se rectifique, sí, pero lo más grave ya ha ocurrido: la forma en que se procede, el modo en que se toman las decisiones, ya ha cambiado. Ya no hay vuelta atrás de eso. La institucionalidad que sostenía el comercio internacional —las reglas de juego, la previsibilidad— se quebró. Ese daño ya está hecho.

Ese estilo de que un dirigente político haga anuncios por Twitter o X, porque se le da la gana, porque hoy se puede decir una cosa y mañana la contrario, eso no tiene retorno.


Y termina afectando también a otras formas de regulación institucional. A la Reserva Federal, por ejemplo. Todo ese ordenamiento empieza a deteriorarse. Incluso, aunque después las políticas se moderen, el proceso de toma de decisiones ya está dañado.

No se puede encontrar a un sólo economista especializado en comercio internacional que tenga una mirada positiva sobre el aumento de tarifas de Trump. Ni uno. Y ni hablar en otros ámbitos: regulación, justicia, la independencia de la FED. 

Un ejemplo más: mucho capital humano y conocimiento valioso fue removido de la burocracia estatal. Por mi profesión me entero de lo que está pasando en el departamento de estadísticas. La cantidad de profesionales trabajando en el Census Bureau que se han ido, fueron echados o renunciaron. Imagino que este problema caracteriza a muchos ámbitos de la administración pública. 

Verónica Rappoport, una mirada argentina sobre el mundo 
En el recorrido del campus de la LSE de El Economista con Verónica Rappoport, resultaba posible imaginar a los fundadores de la institución cruzando estos mismos pasillos, con sus sombreros y sus panfletos bajo el brazo. La London School of Economics nació en 1895, empujada por el impulso reformista de la Sociedad Fabiana, un grupo de intelectuales británicos que creía en el cambio gradual, no en la revolución. Querían mejorar el capitalismo desde adentro y, para lograrlo, fundaron una escuela. Nada menos.

Cuatro destacados miembros de la Sociedad Fabiana estuvieron a cargo de su creación: el economista Sidney Webb y su esposa Beatrice Webb, investigadora social, el politólogo Graham Wallas y el famoso escritor George Bernard Shaw. Una institución que durara más que ellos, ése era el anhelo. Así se fundó la LSE, con una vocación clara: investigar, enseñar y, desde ahí, empujar las placas tectónicas de la política británica.

Desde el comienzo, la escuela atrajo a personajes notables. Clement Attlee, uno de los primeros profesores de Ciencias Sociales y Administración, sería más tarde el primer ministro que implementó el Estado de Bienestar en el Reino Unido. George Bernard Shaw, Bertrand Russell, Paul Krugman, Juan Manuel Santos y Kristalina Georgieva también forman parte de quienes pasaron por esta formación. Shaw, por ejemplo, vivía con su esposa justo encima de la Escuela y era anfitrión de las cenas los jueves después de las clases. Es el único de sus fundadores que ganó un Nobel de Literatura y un Oscar.

Ese espíritu fabiano —gradualista, obstinado, reformista— sigue latiendo en los pasillos y en el vitral que retrata a sus fundadores. La vitrina es eso: una alegoría de la paciencia estratégica. ¿Por qué se llama Fabiana a la Sociedad y cómo se vincula con este espíritu? El nombre de la Sociedad Fabiana alude a Quinto Fabio Máximo, el general romano célebre por su táctica de dilación frente a Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica. En lugar de enfrentar directamente al enemigo, prefería desgastarlo con movimientos lentos, cuidadosos, casi invisibles. Esa estrategia, que muchos criticaron por cobarde, terminó salvando a Roma. "Debes esperar el momento oportuno, como lo hizo Fabio con mucha paciencia. Pero cuando llegue, debes atacar con fuerza o tu espera será en vano e infructuosa". Los fabianos eran reformistas, sí, aunque nunca temerarios. No buscaban incendiar el Parlamento, como Guy Fawkes, sino reformarlo desde la biblioteca.

Ese legado se percibe, aún en la actualidad, en los edificios de cemento y madera en los cuales Verónica Rappoport da clases y discute los pilares de su investigación.

 

—En el paper, "UK trade and FDI: A post‐Brexit perspective", considerás junto a otros colegas que "el Reino Unido necesita más un acuerdo que la Unión Europea". 

—El gobierno del laborista Keir Starmer está cerrando acuerdos con Europa. Tratando de avanzar a una relación más razonable y previsible con el principal socio comercial. Es un poco más tímido de lo que a mí me gustaría, aunque al menos parece haber una orientación con la que coincido. Están estableciendo convenios sectoriales y acuerdos específicos.

Una vez que ocurre una ruptura tan enorme como la del Brexit es muy difícil volver atrás. Fue el tiro en el pie más grande de la historia reciente. No hay nada positivo del Brexit.

La opinión pública parece haberse dado cuenta del error. Al menos eso dicen las encuestas. Pero nadie quiere volver a pasar por un referéndum así. Fue tóxico para la sociedad entera, para los partidos políticos, para las familias. La toxicidad de ese debate político se metió en la intimidad de la mesa de la cocina. Fue destructivo.

Se activa un voto identitario, enojado. No hay relación racional entre lo que se vota y lo que causa el enojo. Por eso nadie quiere volver a eso.

Entonces, lo que están haciendo ahora es acordar sector por sector, rubro por rubro, tratando de recuperar, aunque sea en parte, las ventajas del mercado común. Por otros medios.

En ese sentido, creo que van en la dirección correcta. De todas formas, este referéndum dejó enormes heridas, y ahora mismo el gobierno de Starmer está en una fuerte crisis de popularidad. 

—En otro paper, "Specialization in bank lending: Evidence from exporting firms", mostrás junto a otros autores, cómo un shock externo puede reconfigurar la asignación de crédito bancario. ¿Cuál es tu mirada sobre la distribución de esas asignaciones? 

—Es muy difícil observar el efecto del crédito sobre una empresa. O concluir que un sistema bancario funciona mal y que, por eso, las empresas están restringidas en su acceso al crédito (credit constrained). Quiero decir: una empresa va a un banco y pide un millón de dólares. El banco le dice que no. ¿Eso quiere decir que el sistema financiero no funciona? ¿O que, en el fondo, lo que esa empresa quería era que le regalaran ese millón?

Cuando alguien dice que el sistema no funciona, lo que está diciendo es que hay proyectos viables que no están siendo financiados. Que son viables a la tasa de interés prevalente en el mercado, y sin embargo no consiguen crédito a esa tasa.

Pero determinar si un proyecto es viable o no es difícil. Entonces, el problema es de identificación. ¿Cómo se sabe si una empresa no accede al crédito porque enfrenta restricciones financieras, o porque su proyecto no justifica el financiamiento?

El eje pasa por el modo de abordar esa pregunta clásica: ¿las empresas están credit constrained o no? Y en nuestro trabajo vemos que sí, que hay una seguidilla de problemas de restricciones al crédito. Que si un banco tiene problemas de liquidez, le transmite esa restricción a sus empresas relacionadas. Podemos comparar la performance de empresas exportando el mismo producto al mismo destino, pero que piden prestado a bancos con distintos shocks de liquidez. Y las empresas que no dependían de bancos con problemas de liquidez pudieron expandirse más. 

Tambien detectamos que los bancos tienden a especializarse en ciertas actividades de sus clientes, lo cual desarrollamos en el paper "Specialization in bank lending: Evidence from exporting firms". 

En un sistema financiero sin una gran crisis general, que algunos bancos enfrentan problemas de liquidez no debería ser tan grave. Las empresas pueden simplemente pedir prestado a otro banco. Pero muchas veces no pueden. Especialmente las pequeñas.

¿Por qué? Porque los bancos —sobre todo con empresas chicas— tienen lo que se llama relationship lending. Una especie de monopolio informacional. Las pequeñas son más opacas: no tienen balances públicos, ni tanto colateral. Son difíciles de evaluar. Entonces el banco aprende a conocerlas con el tiempo. Aprende sobre su actitud, su forma de manejarse, cómo pagan, cómo enfrentan sus descalces. Por eso cambiar de banco es muy difícil para una pyme.

Además, vimos algo más: los bancos no solo tienen una ventaja informacional en la firma, sino en la actividad de la firma. Por ejemplo, si un banco tiene muchos clientes en Santa Fe, en un mismo sector, entiende cómo funciona esa actividad. Tiene información contextual. Y eso le permite prestar mejor, incluso si no conoce a la empresa puntual.

En Argentina durante la convertibilidad, cuando hubo una gran consolidación del sistema financiero, había muchos bancos regionales pequeños que se fusionaron o desaparecieron. Entraron los grandes bancos internacionales.

Y eso, en general, fue bueno para la estabilidad financiera. Pero muchas empresas de economías regionales quedaron en una situación complicada. Porque, aunque hubiera más crédito disponible en total, les costaba muchísimo reemplazar al banco chico que las conocía, que sabía de su sector, su entorno.

Entonces, esto que hemos estado estudiando se vincula con cómo se especializan los bancos, cómo responden a shocks, cómo las empresas buscan bancos que entiendan su actividad.

Especialización bancaria puede estar asociado a distintas actividades, industrias, mercados, o tipo de empresas. Por ejemplo, startups. Colegas en el Banco de Portugal vieron que hay bancos especializados en prestar a entrepreneurs. Podemos ver que, incluso después de que se generaron incentivos para que muchos bancos participaran de este tipo de préstamos, los emprendimientos a los que apostaban los bancos especializados eran, en promedio, los que terminaban funcionando mejor. Y esos bancos lo sabían. En cambio, el resto —aunque quizá aprendan con el tiempo— hoy por hoy tienen una capacidad mucho menor de anticipar cuáles entrepreneurs van a tener éxito.

—Subrayo este énfasis: de repente un banco más chico puede ser más exitoso que uno gigante.

—Totalmente. Ahora tenemos una racionalización de por qué existen bancos de distintos tamaños. ¿Por qué un banco chico sigue en pie cuando uno grande podría pensar que tiene mejores condiciones para competir? Porque ese banco chico cumple un rol de boutique para cierto tipo de actividades. Entonces, se empieza a ver el mundo bancario con otros ojos. 

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