Cuando los libros nos advierten: radicalismo, democracia y el riesgo de una alianza con Milei

Milei es un populista de derecha extrema, con formas similares al kirchnerismo, pero con fines opuestos. No es la solución al populismo: es su reverso autoritario.

POLITICA02/06/2025
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Ordenando mi biblioteca, encontré dos libros que, ante el contexto político actual y las próximas elecciones, me inspiraron las siguientes reflexiones: "Cómo renacen las democracias" de Alain Rouquié y "Cómo mueren las democracias", de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Ambos, aunque escritos en contextos distintos, comparten una preocupación central: cómo fortalecer la democracia, cómo evitar que se erosione y qué hacer frente a esos desafíos.

En los años '80, América Latina y algunos países de Europa vivieron una oleada de recuperación democrática. En Argentina, fue la Unión Cívica Radical la que lideró ese proceso. Antes de la apertura democrática había rechazado a la violencia política de los ´70, a la dictadura y a la guerra de Malvinas. Lo hizo sin especulación electoral alguna. Era lo que había que hacer. Todo eso le permitió al radicalismo convertirse en una fuerza clave para la consolidación democrática, no solo de Argentina, sino también de América Latina. 

Como dice Rouquié, las democracias no renacen solo por el colapso de los regímenes autoritarios, sino por la acción decidida de líderes capaces de construir consensos. Así fue la UCR en los años fundacionales de la democracia argentina: oposición a la dictadura, no a la impunidad, juicio a las Juntas, defensora de la libertad de prensa, de la independencia judicial y del fortalecimiento del Congreso. 

Ahora, Levitsky y Ziblatt nos advierten que las democracias del siglo XXI ya no suelen morir por golpes militares, sino por el accionar de líderes elegidos democráticamente que, una vez en el poder, socavan las instituciones desde dentro. Advierten cuatro señales de alerta: el rechazo a las reglas democráticas, la deslegitimación de la oposición, el fomento de la violencia y las restricciones a las libertades civiles.

Lamentablemente, esas señales están presentes en el actual gobierno argentino. En una entrevista, durante la campaña electoral, cuando se le preguntó si creía en la democracia, Javier Milei sostuvo "tiene muchos errores" y evitó responder de manera precisa. Estas declaraciones sugerían un compromiso limitado con las normas democráticas. Ya en el gobierno el presidente ha utilizado un lenguaje despectivo hacia sus opositores, los ha descalificado públicamente —muchos de ellos pertenecientes a la misma UCR—, llamándolos "corruptos", "casta parasitaria", "mandriles", "pelotudos". 

Milei suele amenazar con tomar medidas legales contra líderes políticos, la sociedad civil y los medios de comunicación que considera adversarios. Propone eliminar derechos sociales consagrados por la Constitución y promueve acciones judiciales contra los periodistas. 
Otro rasgo es la concentración de poder a través de decretos de necesidad y urgencia, evadiendo el control legislativo. Y con su discurso agresivo viene legitimando un clima de violencia que se amplifica y expande entre sus seguidores.

Este panorama, leído a la luz de los autores mencionados, no es una exageración alarmista: es una advertencia fundamentada. La democracia argentina, con sus defectos, requiere de actores políticos que actúen con responsabilidad institucional y que eviten su degradación o colpaso. Y en este contexto, la posibilidad de una alianza entre la UCR y Javier Milei no solo es políticamente riesgosa, sino éticamente inaceptable.

Las diferencias entre el radicalismo y el actual oficialismo libertario son profundas y estructurales. En lo institucional, el radicalismo ha privilegiado el diálogo y la construcción de consensos. Milei se define por el enfrentamiento, el personalismo y la polarización. El radicalismo respeta la división de poderes, Milei no.

En derechos humanos, la UCR tiene una historia vinculada a la memoria, verdad y justicia. Milei relativiza esa agenda y desacredita a los organismos de derechos humanos. En estilo y liderazgo, la UCR es un partido con estructuras colectivas. Milei ejerce un liderazgo personalista y mediático, que se impone por encima de las instituciones. En lo ideológico, la UCR defiende un Estado eficiente, garante de derechos básicos como educación y salud públicas de calidad, promotor del desarrollo científico y tecnológico, entre otros. Milei propone un Estado mínimo, incluso su eliminación en áreas clave, donde se entrega todo a las fuerzas del mercado.

En cuanto a la justicia, la propuesta de los jueces a la CSJN fue el ejemplo más claro de la posición del gobierno. Para Milei, si la Justicia no avala su plan de reformas, es parte de "la casta" o del "poder corrupto". En pocos meses de gobierno atacó públicamente a jueces que fallaron en contra de sus decretos, promovió reformas por decreto que bordean —y en muchos casos violan— la Constitución, intentó concentrar poder sin respetar el proceso legislativo ni los fallos judiciales, desprecia las instancias de control, incluyendo la Corte Suprema o entes de fiscalización autónomos.

Pero más claro está en los derechos de la mujer: Milei representa un retroceso ideológico y  una ofensiva cultural con su posición sobre los derechos de las mujeres y las políticas de género. No se trata solo de un recorte presupuestario o de un cambio de prioridades: hay una visión ideológica que desprecia los avances logrados en las últimas décadas y busca desarticular el entramado institucional, legal y simbólico que garantizaba derechos, visibilidad y protección. Ha vaciado, discontinuado o directamente eliminado las áreas de prevención de la violencia de género, promoción de la igualdad laboral, asistencia a víctimas o implementación de la Ley Micaela. Despliega un ataque discursivo al feminismo: lo considera una "ideología aberrante", una "agenda socialista" o una "forma de colectivismo". Para su gobierno los derechos de las mujeres no son parte de una lucha por la igualdad, sino parte de un "adoctrinamiento estatal" que debe ser erradicado. 

Amenaza a derechos conquistados, como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), dificultando los mecanismos de acceso en hospitales y centros de salud. El desprecio de Milei por los derechos de las mujeres choca de frente con el compromiso democrático de muchas fuerzas políticas, entre ellas la UCR, que acompañaron, promovieron o respetaron los avances en igualdad de género. La UCR votó la Ley de IVE, defendió la Ley Micaela, impulsó liderazgos femeninos y sostuvo una línea de respeto institucional en esta materia. Acompañar a Milei sin cuestionar su retroceso en derechos de las mujeres no es pragmatismo, es complicidad. 

Hoy en la provincia de Buenos Aires se pregona "terminar con el populismo K". ¿Acaso Milei no es populista? 

Aun siendo diferente al populismo kirchnerista tiene muchos rasgos típicos del populismo: divide entre "el pueblo puro" y "la casta corrupta," plantea una narrativa binaria donde él representa al "pueblo bueno" y todos los demás (los políticos tradicionales, sindicalistas, periodistas críticos, universidades, etcétera) son parte de "la casta". Un liderazgo con demasiado culto a la persona. No gobierna con un partido fuerte ni con estructuras institucionales tradicionales. 

Él y su hermana concentran el poder. Su figura lo es todo en La Libertad Avanza. Relación directa con sus seguidores: usa redes sociales, medios propios y discursos emocionales para comunicarse sin intermediarios. Desprecio por las instituciones intermedias: ataca al Congreso, la Justicia, los sindicatos, los medios, los partidos tradicionales. No cree en la mediación institucional. Propone soluciones radicales y supuestamente simples a problemas complejos, como la dolarización, el cierre del Banco Central o la eliminación de ministerios. 

Conclusión: Milei es un populista de derecha extrema, con formas similares al kirchnerismo, pero con fines opuestos. No es la solución al populismo: es su reverso autoritario. La democracia no se defiende sólo contra el populismo de izquierda. También hay que defenderla del populismo de derecha.

Una alianza con Milei no solo pondría en tensión a las distintas corrientes internas del radicalismo, sino que podría diluir su identidad. Puede ser una táctica útil para una elección, pero a costa de romper con su historia, dividir a su militancia y perder credibilidad ante la sociedad. Además, sería una apuesta muy peligrosa para la gobernabilidad: las profundas diferencias ideológicas y de estilo entre ambos espacios podrían generar un gobierno incoherente e inestable.

Frente a estos desafíos, el radicalismo debe optar por reafirmar su identidad, no por negociarla. Si el radicalismo bonaerense —y del país— desea mantener su vigencia, debe volver a ser una fuerza de defensa de las instituciones, de contención frente a los extremos, de modernización con justicia social. Porque más allá de las leyes, como nos recuerdan Levitsky y Ziblatt, la democracia se sostiene en normas informales fundamentales: la tolerancia mutua y la contención institucional. 

La primera implica no ver al adversario como un enemigo ilegítimo. La segunda, no usar todo el poder disponible para aplastar al otro. Son precisamente esas normas las que Milei ha desechado sistemáticamente desde que asumió. La UCR no puede ser cómplice de esa deriva. Tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de actuar como lo hizo en otros momentos históricos: a contracorriente, con coraje y con coherencia democrática.

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